La fuerza del Opus Dei
Juan G. Bedoya
El Opus Dei está aprovechando el 25 aniversario de su extraordinaria erección como Prelatura Personal para hacer recuento de su fuerza ante la opinión pública. No están en crisis, presumen sus dirigentes, el biólogo catalán Ramón Herrando Prat de la Riva y la economista madrileña Inocencia Fernández, ésta como dirigente de las mujeres de la fundación. Otras congregaciones clásicas no pueden decir lo mismo. Frente a la pérdida de vocaciones entre los jesuitas, por ejemplo -hoy apenas 19.000 en todo el mundo, frente a casi el doble hace poco más de medio siglo-, el Opus suma 87.000 miembros laicos, 10.000 más que en 1982. El 55% son mujeres. La Obra cuenta también con 1.900 sacerdotes. Su objetivo ahora es la conquista de los antiguos países comunistas del Este europeo.
El Opus Dei está aprovechando el 25 aniversario de su extraordinaria erección como Prelatura Personal para hacer recuento de su fuerza ante la opinión pública. No están en crisis, presumen sus dirigentes, el biólogo catalán Ramón Herrando Prat de la Riva y la economista madrileña Inocencia Fernández, ésta como dirigente de las mujeres de la fundación. Otras congregaciones clásicas no pueden decir lo mismo. Frente a la pérdida de vocaciones entre los jesuitas, por ejemplo -hoy apenas 19.000 en todo el mundo, frente a casi el doble hace poco más de medio siglo-, el Opus suma 87.000 miembros laicos, 10.000 más que en 1982. El 55% son mujeres. La Obra cuenta también con 1.900 sacerdotes. Su objetivo ahora es la conquista de los antiguos países comunistas del Este europeo.
La famosa y polémica fundación de Escrivá goza además de una situación especial en el seno de la siempre rígida Iglesia romana. En el último medio siglo nadie ha destacado tanto como la obra fundada en 1928 por san Josemaría Escrivá de Balaguer (Barbastro, Huesca, 1902-Roma, 1975) con el nombre de Opus Dei. Hace 25 años, Juan Pablo II, que llegó al cargo protegido e impulsado sobre todo por el Opus, concedió a esta fundación el carácter de Prelatura Personal, única todavía en el mundo.
El fundador, ya alzado a los altares, goza también de una predilección especial en la basílica de San Pedro en Roma, el primer templo de la cristiandad: desde hace tres años, una de las imponentes fachadas de este templo exhibe una escultura de Escrivá, de cinco metros de altura.
“Sin miedo ni vergüenza, con el objetivo no de adaptarse al mundo, sino de convertirlo y renovarlo”. Éste es el reto que hace al Opus el cardenal arzobispo de Madrid y presidente de la Conferencia Episcopal Española, Antonio María Rouco Varela.
El cardenal lamenta que los españoles no presuman en el exterior de la fuerza de su Iglesia. “Echo en falta que los representantes en el extranjero no hablen sobre las grandes aportaciones que la Iglesia española ha hecho a la Iglesia universal, entre ellas el Opus Dei”, dijo ante los purpurados llegados del Vaticano a Madrid para celebrar el aniversario de la Prelatura, invitados por la Universidad de Navarra. Entre los presentes estaba el cardenal Julián Herranz, presidente emérito del Pontificio Consejo para los Textos Legislativos, y el secretario de la Pontificia Congregación para los Obispos, arzobispo Francesco Monterisi.
La ascensión del Opus Dei a la categoría de Prelatura Personal supuso la culminación del sueño del fundador Escrivá. Hombre de grandes ambiciones, quería librarse de ataduras episcopales porque su fundación, entonces con 70.000 miembros -la inmensa mayoría laicos, hombres y mujeres, célibes o casados-, tenía poco que ver, en su opinión y en la realidad, con los institutos y las congregaciones tradicionales.
“El Opus Dei no era ni podía ser una forma moderna o evolutiva de ese estado de vida consagrada”, afirma el cardenal Herranz, él mismo del Opus. Escrivá pretendió incluso el máximo grado de independencia respecto a los obispos (prelatura nullius), pero debió de conformarse con la “prelatura personal”, una especie de diócesis mundial, también excepcional en el orbe católico.
El Opus no gozó de trato especial con los papas Pío XII, Juan XXIII y Pablo VI, pero fue el movimiento predilecto del polaco Juan Pablo II, más conservador que los anteriores. También gozó de las complacencias del dictador Francisco Franco, que tuvo en ocasiones como confesor a Josemaría Escrivá e hizo ministros a varios de sus seguidores.
Esas estrechas y polémicas relaciones con el poder dictatorial -Escrivá ya estuvo con Franco en los primeros días de la Guerra Civil, en Burgos- no impidió al Opus mantener una gran presencia social y política en los primeros años de la transición y en los Gobiernos de José María Aznar.
El empeño personal de Juan Pablo II por distinguirlo de manera especial tenía que ver con esa ofensiva de rehabilitación cuando ordenó en 1980 que se estudiara con cierta urgencia la posibilidad de subrayar el papel de la Obra con un estatus especial. Quería una decisión antes de viajar a España. Cuando llegó a Madrid el 31 de octubre de 1982, fresco aún el triunfo de la izquierda socialista en las elecciones celebradas tres días antes, el Papa traía bajo el brazo la constitución apostólica Ut sit (Que sea), que convertía al Opus Dei en la primera y todavía única Prelatura Personal de la Iglesia católica.
La última estatua del Vaticano
Juan Pablo II sostenía que, así como el Concilio de Trento se llevó a la práctica por el celo de la Compañía de Jesús -la otra gran fundación española, del vasco Ignacio de Loyola- más que por el celo de los obispos, ahora, aquel octubre de 1982 en que llegaba a una España gobernada con aplastante mayoría por Felipe González, eran los movimientos de laicos como el Opus Dei los nuevos apóstoles del Vaticano II. El Papa polaco dio más muestras de su predilección por Josemaría Escrivá. En un proceso rapidísimo -el segundo más breve en la historia de la Iglesia romana, después del llevado a cabo con Teresa de Calcuta-, lo beatificó el 17 de mayo de 1992, apenas 17 años después de su muerte, y lo canonizó 10 años después, el 6 de octubre de 2002. El Opus sigue siendo una fundación fundamentalmente española, pese a estar presente ya en 64 países. Españoles son 35.000 de sus 87.000 miembros (en EE UU hay apenas 3.000, por ejemplo, y pocos más en Italia o México); españoles, sus máximos prelados, después de la muerte de Escrivá (los monseñores Álvaro del Portillo y Javier Echevarría), y español, sobre todo, el primer impulso y poder, antes de que el fundador decidiera emprender su “romería” a finales de los cincuenta del siglo pasado (”Católico, Apostólico, ¡Romano! Me gusta que seas muy romano. Y que tengas deseos de hacer tu romería, videre Petrum, para ver a Pedro”, escribe en Camino, máxima 520), donde se introdujo en los círculos papales hasta lograr el título de monseñor con el apoyo del régimen franquista. Pese al empuje de otras fundaciones, entre otras la del también español Kiko Argüello, los llamados Kikos, que suman cientos de miles de personas, el Opus mantiene la preeminencia del pasado también con el actual papa Benedicto XVI. Se demostró cuando éste acudió a bendecir la instalación de una imponente estatua de Escrivá en una centenaria hornacina de la fachada exterior izquierda de la basílica de San Pedro, un hecho de extraordinaria simbología. El permiso para ocupar tan excepcional lugar en el primer templo del catolicismo lo dio en persona, en 2004, Juan Pablo II, pero Benedicto XVI quiso subrayar con su presencia que aplaudía la idea.
Juan Pablo II sostenía que, así como el Concilio de Trento se llevó a la práctica por el celo de la Compañía de Jesús -la otra gran fundación española, del vasco Ignacio de Loyola- más que por el celo de los obispos, ahora, aquel octubre de 1982 en que llegaba a una España gobernada con aplastante mayoría por Felipe González, eran los movimientos de laicos como el Opus Dei los nuevos apóstoles del Vaticano II. El Papa polaco dio más muestras de su predilección por Josemaría Escrivá. En un proceso rapidísimo -el segundo más breve en la historia de la Iglesia romana, después del llevado a cabo con Teresa de Calcuta-, lo beatificó el 17 de mayo de 1992, apenas 17 años después de su muerte, y lo canonizó 10 años después, el 6 de octubre de 2002. El Opus sigue siendo una fundación fundamentalmente española, pese a estar presente ya en 64 países. Españoles son 35.000 de sus 87.000 miembros (en EE UU hay apenas 3.000, por ejemplo, y pocos más en Italia o México); españoles, sus máximos prelados, después de la muerte de Escrivá (los monseñores Álvaro del Portillo y Javier Echevarría), y español, sobre todo, el primer impulso y poder, antes de que el fundador decidiera emprender su “romería” a finales de los cincuenta del siglo pasado (”Católico, Apostólico, ¡Romano! Me gusta que seas muy romano. Y que tengas deseos de hacer tu romería, videre Petrum, para ver a Pedro”, escribe en Camino, máxima 520), donde se introdujo en los círculos papales hasta lograr el título de monseñor con el apoyo del régimen franquista. Pese al empuje de otras fundaciones, entre otras la del también español Kiko Argüello, los llamados Kikos, que suman cientos de miles de personas, el Opus mantiene la preeminencia del pasado también con el actual papa Benedicto XVI. Se demostró cuando éste acudió a bendecir la instalación de una imponente estatua de Escrivá en una centenaria hornacina de la fachada exterior izquierda de la basílica de San Pedro, un hecho de extraordinaria simbología. El permiso para ocupar tan excepcional lugar en el primer templo del catolicismo lo dio en persona, en 2004, Juan Pablo II, pero Benedicto XVI quiso subrayar con su presencia que aplaudía la idea.
In El País, 23/04/2008
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