miércoles, 22 de junio de 2011

Cuando el Estado no es laico.

Cuando el estado no es laico: efecto de las religiones sobre la sexualidad y la salud de las mujeres.
 Autoría: Zulema Palma – Trabajo presentado en “Jornada Separación iglesias-estado y derechos humanos” - La Plata 10/12/2010
En cada sociedad existen normas, valores y costumbres que regulan los comportamientos y actividades de las personas.
Establecen cómo deben ser las relaciones entre los géneros, intergeneracionales, entre clases y sectores, entre diversas minorías y mayorías, entre otras situaciones o condiciones en que se despliega la vida social, así como el lugar y el rol que cada persona tiene que cumplir en esa sociedad.
En todas estas relaciones entre colectivos y entre individuos se dan juegos de poder, en una compleja gama de simetrías/asimetrías que generan estratos diversos donde se ubican/son ubicadas esas personas en esa sociedad.
Históricamente se entrelazaron los intereses políticos y económicos de los sectores dominantes con el poder religioso para generar y/o regular esas normas, valores y costumbres.
En las sociedades actuales son los Estados nacionales quienes se han arrogado el poder regulador y de control de esas relaciones a través de las leyes, el sistema judicial y los planes y programas de gobierno, principalmente.
En muchas ocasiones el poder político se sustentó y adoptó como propia una determinada religión o doctrina religiosa que se convertía así en legitimadora de su poder, al mismo tiempo que le permitía justificar la obediencia a sus leyes y fortalecer su control social sobre el conjunto de la población. De esa manera se constituyeron, y siguen conformándose hoy, los denominados estados teocráticos. Como ejemplo actual podemos mencionar a Irán.
Otros regímenes políticos adhirieron, y continúan haciéndolo en la actualidad, a una confesión religiosa que se constituye así en religión del Estado, por ejemplo Dinamarca y Noruega respecto de la iglesia Luterana o Inglaterra respecto de la iglesia Anglicana, entre otros. Algunos los denominan estados confesionales.
La mayoría de los Estados nacionales actuales se proclaman laicos pues establecen la separación entre las instituciones religiosas y el Estado, no establecen ninguna religión como religión del Estado ni gobiernan en nombre de un dios o una religión. Por ejemplo México y Francia.
Los Estados laicos establecen la libertad de conciencia y creencias, así como la libertad para practicar la propia religión para todos sus ciudadanos/as. Se comprometen a no preferir una religión sobre otra ni a promover ninguna religión.
Algunos Estados se proclaman ateos y restringen la libertad religiosa de su población y en algún momento de su historia han perseguido al clero de las diversas religiones establecidas en su territorio.
Aun cuando los Estados laicos se proclaman neutros en materia religiosa muchas veces en sus regulaciones y prácticas subyacen cosmovisiones o concepciones religiosas, que se manifiestan en forma sutil o solapada, especialmente en lo que respecta a las cuestiones familiares, matrimoniales y paterno-filiales.  
Estas cosmovisiones religiosas pueden estar sustentadas a su vez en las que sostienen los sectores más conservadores, ortodoxos o fundamentalistas de la religión en cuestión o ser admitidas aunque no propiciadas por estamentos reformistas o renovadores, pero todas basadas en explicaciones teológicas o teologizadas de las relaciones de poder en la sociedad, que tienden a consolidar o reforzar el patriarcalismo, con su características: “control de la sexualidad, limitación de la autonomía y apropiación del cuerpo y de la fuerza de trabajo de las mujeres por los hombres” como lo define Alicia Puleo.[1]
Patriarcado reforzado, justificado y legitimado por las religiones y en particular por las religiones monoteístas con sus pretensiones hegemonizantes , disciplinadoras y proselitistas.
Las diversas doctrinas religiosas justificaron y, en muchos casos siguen justificando, una relación de subordinación de la mujer al partir de una situación de inferiorización frente al género masculino.
Tal como lo relata el Antiguo Testamento en la creación de Eva a partir de la costilla de Adán[2], hasta su culpa y castigo por haberlo incitado a probar el fruto prohibido[3] las mujeres son subordinadas, inferiores, débiles y  peligrosas.
Las mujeres “son más crédulas; y como el principal objetivo del demonio es corromper la fe, prefiere atacarlas a ellas [...] quién es rápido en su credulidad, es de mente débil, y será disminuido [...] La segunda razón es que, por naturaleza, las mujeres son más impresionables y más prontas a recibir la influencia de un espíritu desencarnado; y que cuando usan bien esta cualidad, son muy buenas; pero cuando la usan mal, son muy malas. La tercera razón es que tienen una lengua móvil, y son incapaces de ocultar a sus congéneres las cosas que conocen por malas artes y como son débiles, encuentran una manera fácil y secreta de reivindicarse por medio de la brujería” esto lo sostienen los monjes dominicos Heinrich Kramer y Jacob Sprenger en el Malleus Malleficarum o Martillo de la Brujas, el compendio sobre brujería publicado en Alemania a finales del siglo XV. Este texto sirvió de “manual” para descubrir y hacer confesar a las mujeres su comercio con el diablo, lo que llevó a la tortura y a la muerte a miles de ellas en Europa y América por ser independientes, no depender o no someterse a voluntad masculina alguna y conservar y utilizar los antiguos conocimientos sobre curaciones y partos.
Esta necesidad de controlar y someter a las mujeres, sostenida y respaldada por el poder religioso y ejecutada por el poder estatal duró varios siglos y tuvo indudablemente influencia en la construcción de las subjetividades y las relaciones de poder entre varones y mujeres. Aún hoy escuchamos que despectivamente se califica como “bruja” a aquella mujer que no se deja someter o avasallar o que ejerce algún poder que se envidia o se desea y no se puede obtener.

Quiero pasar ahora a revisar de qué manera los modelos de mujer y los roles que se les asignaron y se les siguen asignando en la sociedad actual están sustentados, en gran medida, en creencias religiosas que los Estados, aun los laicos en algunas ocasiones, mantienen o refuerzan a través de su accionar.
También trataré de mostrar cómo diversos estamentos del estado son presionados por los clérigos para que ese accionar se oriente en el sentido que las religiones consideran adecuado, para señalar finalmente algunas consecuencias concretas que estos mecanismos de retroalimentación poder estatal/poder religioso tienen para la vida, la sexualidad y la salud de las mujeres.
En nuestra sociedad prevalece aun hoy el concepto de que la mujer ante todo es madre, la sinonimia entre madre y mujer sigue vigente y se espera que toda mujer tenga por lo menos un hijo o hija en algún momento de su vida, momento que no debe ser muy temprano pero tampoco muy tardío (aunque las nuevas tecnologías reproductivas están permitiendo engendrar y parir más allá de los 50 años).
El modelo ideal de mujer-madre abnegada, cuidadosa y sufriente es la virgen María.
La iglesia Católica Romana sostiene un culto particular sobre la madre de Jesús el Cristo que se transformó en el modelo más acabado de lo que debe ser una “buena” mujer.
Su contraposición con Eva la tentadora, desobediente y débil es tan frecuente que no vamos a insistir en ella.
Pero me parece interesante citar un párrafo de la Carta Apostólica del Papa Juan Pablo II, Mulieris Dignitatem (Sobre la dignidad de la mujer) del 25 de marzo 1988: “Por lo tanto, aquella «plenitud de gracia» concedida a la Virgen de Nazaret, en previsión de que llegaría a ser «Theotókos», significa al mismo tiempo la plenitud de la perfección de lo «que es característico de la mujer», de «lo que es femenino». Nos encontramos aquí, en cierto sentido, en el punto culminante, el arquetipo de la dignidad personal de la mujer.”
Ser madre es ser la mujer perfecta, la maternidad es lo que nos “caracteriza” lo que nos hace femeninas y es la esencia de la femineidad.
La mujer se hizo digna porque fue madre.
Cabe preguntarse, entonces, si las mujeres somos intrínsecamente indignas? Y sólo llegamos a ser “humanas” a través de la maternidad?
Sostiene Juan Pablo II en una entrevista "Contemplemos el modelo de la Virgen. En el relato de las bodas de Caná, San Juan nos ofrece un detalle sugestivo de su personalidad, cuando nos relata que, dentro del clima festivo de un banquete nupcial, sólo ella se da cuenta de que estaba a punto de faltar el vino. Y para evitar que la alegría de los esposos se transformara en un apuro penoso, no dudó en pedir a Jesús su primer milagro. ¡Ese es el genio de la mujer!. La delicadeza plenamente solícita, plenamente femenina y materna de María ha de ser el espejo ideal de toda auténtica femineidad y maternidad".[4]
Es necesario destacar aquí que esta maternidad dignificadora sólo puede ser ejercida por una mujer heterosexual en el marco del matrimonio monogámico. La única ocasión en que se acepta y se santifica la maternidad fuera del matrimonio es cuando el embarazo es producto de una violación ya que esa mujer debe continuar con el mismo aunque no lo desee, pues el aborto está prohibido en forma absoluta para la ICR.
Dijo Juan Pablo II:"Se trata de comprender la razón y las consecuencias del Creador que ha hecho que el ser humano pueda existir sólo como mujer o como varón. Solamente partiendo de estos fundamentos, que permiten descubrir la profundidad de la dignidad y vocación de la mujer, es posible hablar de la presencia activa que desempeña en la Iglesia y en la sociedad".[5]
Qué efectos puede tener este paradigma?
Indudablemente esta manera de conceptualizar lo que es ser mujer y la maternidad tienen efectos en la construcción de subjetividades y en las relaciones entre los géneros a nivel individual y colectivo.
Pero es también uno de los sustentos del ideario doctrinal  de los funcionarios eclesiásticos cuando presentan documentos o entrevistan a funcionarios/as y legisladores/as para recordarles su pertenencia religiosa y sus obligaciones cristianas a la hora de legislar o hacer aplicar leyes ya sancionadas, incluso para amenazar sobre excomuniones cuando proponen o se discuten cuestiones como la aplicación de programas para la prevención del vih- sida, leyes y programas de salud sexual y reproductiva, leyes que garanticen el derecho al aborto o cuando se amplían derechos de personas con sexualidades no hegemónicas o se intenta aplicar leyes ya sancionadas como la de educación sexual.
La cuestión está en cómo responden esos funcionarios/as y legisladoras/es, a esas presiones y anatemas.
Si legislan y actúan respondiendo a su obligación de propiciar el bien común y de respetar el mandato que el pueblo les ha conferido (aún cuando en su esfera privada no utilizarían esos instrumentos legales en su beneficio) o si consideran que ese discurso es el único válido a la hora de sustentar su accionar como funcionarios públicos o representantes del pueblo.
Estas conductas tienen serias consecuencias para la vida y salud de miles de mujeres de todas las edades.
Por ejemplo en la cantidad de muertes maternas que registra nuestro país.
En 2008, murieron 40 mujeres cada 100,000 nacidos vivos por causas relacionadas con el embarazo, parto y puerperio.
En 1990 la cifra fue de 52.0, en 2000 34.9 y en  2008 40.0, como dijimos; si esta tendencia permanece para 2015 según estimaciones del Observatorio de salud sexual y reproductiva, será de 38.2, más del doble de la que la Argentina debería tener para cumplir con el punto 5.A de los Objetivos de Desarrollo del Milenio de la ONU (el cumplimiento de la meta significaría tener en 2015 13.0 muertes cada 100.000 nacidos vivos).
Tenemos que tener en cuenta que la principal causa de estas muertes es el aborto clandestino y por ende inseguro. Desde hace 20 años el aborto es el causante del mayor numero de estas muertes maternas, en 2008 causó el 26.7 % de las mismas.
Dado que mueren por todas las causas de mortalidad materna unas 300 mujeres por año, tomando en cuenta que existe subregistro de esas muertes y que en algunos años la proporción de muertes por abortos ha sido mayor que el 27% podemos estimar que en estos últimos 20 años murieron entre 1800 y 2000 mujeres a causa del aborto clandestino en Argentina.
La meta del milenio se cumpliría para el 2015 si se legalizara el aborto y, una vez legalizado, los servicios de salud comenzaran a cumplir con su obligación sin interponer intereses e ideologías violentadoras de los derechos humanos de las mujeres, como lamentablemente observamos hoy en día ocurre con el cumplimiento de las leyes de salud sexual y reproductiva a lo largo y ancho del país, de la ley de infertilización voluntaria y con la realización de abortos no punibles por la ley actual.
Otros efectos del no cumplimiento de leyes y programas ya sancionadas o establecidos, en razón de las creencias religiosas de las/los funcionarias/os o por los compromisos de las/los mismas/os con los sectores eclesiásticos más conservadores y fundamentalistas, tanto a nivel nacional como provincial o por las presiones del poder religioso sobre ellos/ellas son:
* su contribución a mantener las altas tasas de fecundidad en la adolescencia, con sus secuelas de reproducción de la pobreza, alta deserción escolar de las y los adolescentes madres y padres, entre otras,  debido a trabas en el acceso a la anticoncepción segura e inadecuada y/o  nula educación sexual en el sistema educativo público
* la disminución de las posibilidades de prevenir el abuso sexual en la niñez y adolescencia por no realizar adecuada educación sexual en el sistema escolar a pesar de la existencia de la ley respectiva
* el aumento de embarazos no deseados y/o no planificados por deficiencias en la aplicación de los programas de salud sexual y reproductiva
* las dificultades de acceso a los abortos no punibles para la ley actual por falta de difusión y aval por parte de las máximas autoridades sanitarias de las guías ya elaboradas y por la judialización  de los mismos por parte del sistema de salud y de funcionarios/as del mismo sistema judicial.
Un último pero no por eso menos importante tema en relación con la relación del Estado argentino y la religiones en general y la católica en particular: “todas las religiones por el sólo de hecho de estar inscriptas dentro de la Secretaría de Culto y según el artículo 2º de nuestra Constitución Nacional, son sostenidas en términos económicos, en la entrega de exenciones, subsidios y desgravaciones de impuestos a la Iglesia, pero sólo la Iglesia Católica Apostólica Romana se encuentra incluida en el presupuesto nacional a través de un monto anual… que en el año 2009 fue de 26.523.746 pesos”. Este monto corresponde a lo “que se conoce como sostenimiento del culto y básicamente consiste en una renta fija destinada a las asignaciones de "obispos, parroquias, seminaristas, jubilación de sacerdotes, tribunales y facultades eclesiásticas, canonizaciones, sínodos, conferencias regionales y visitas ad límina, es decir, visitas de algunos miembros de la jerarquía eclesiástica al Vaticano para dar cuenta ante Papa del estado de sus diócesis. Dicha renta es transferida por la Secretaría de Culto del Ministerio de Relaciones Exteriores a la Conferencia Episcopal Argentina a través del Programa 17 denominado como Registro y Sostenimiento de Culto".[6]

Este rápida recorrida a vuelo de pájaro sobre el efecto que las religiones tienen en la vida de las mujeres nos genera algunas preguntas: la República Argentina es un estado laico como la tradición liberal sostiene históricamente? O es un estado confesional como sostienen otros? Las y los argentinos estamos de acuerdo con este accionar de las instituciones eclesiásticas de los cultos que todos contribuimos a sostener? Estamos de acuerdo en seguirlos sosteniendo en vista a los efectos que producen en la vida de las /los ciudadanas/os? Queremos y podemos redefinir estas relaciones Estado/Iglesias? Queda abierta la discusión.
  

[1] Puleo, Alicia: “Patriarcado”, en  “10 palabras claves sobre mujer”, Celia Amorós (directora), EVD, 1995, pag. 50.
[2] Génesis 2:21-22
[3] Génesis 3:6
[6] Fuente: "El costo anual de sostener el ICAR" por Emiliano Lleras en ateomilitante.com.ar

1 comentario:

  1. Estos tres puntos son esenciales para motivarnos a actuar a fondo con la deseada y óptima separación de la iglesia del Estado...ojalá Dios los escuche Hermanxs míos...!!...Alá sea loado si esto es tenido en cuenta y nos permite evolucionar como sociedad... :)...y que la Diosa Bastet nos bendiga.


    * su contribución a mantener las altas tasas de fecundidad en la adolescencia, con sus secuelas de reproducción de la pobreza, alta deserción escolar de las y los adolescentes madres y padres, entre otras, debido a trabas en el acceso a la anticoncepción segura e inadecuada y/o nula educación sexual en el sistema educativo público

    * la disminución de las posibilidades de prevenir el abuso sexual en la niñez y adolescencia por no realizar adecuada educación sexual en el sistema escolar a pesar de la existencia de la ley respectiva

    * el aumento de embarazos no deseados y/o no planificados por deficiencias en la aplicación de los programas de salud sexual y reproductiva

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