viernes, 29 de julio de 2011

Separación Iglesia-Estado. En la historia de E.E.U.U.

¿Qué es eso de la separación Estado-Iglesias? 
Por  Roberto Blancarte. 
El Colegio de México, AC  blancart@colmex.mx 
Resumen: En tiempos recientes, la idea de la separación entre el Estado y las Iglesias ha sido cuestionada. Se olvida en ocasiones que la idea de la separación surgió desde las propias demandas de hombres profundamente religiosos en contra de los límites que se pretenden imponer a la conciencia. 
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¿Quién inventó la idea de separar los asuntos del Estado de los asuntos de las Iglesias? Estamos tan acostumbrados a hablar de la separación y a defenderla, que se nos olvida su origen y razón de ser. Muchos piensan que fueron los franceses. Por aquello de que cortaron cabezas al por mayor durante la Revolución y establecieron el principio de libertad religiosa. En efecto, en la Declaración de derechos del hombre y del ciudadano, redactada hacia finales de agosto de 1789, estipularon en el artículo X: “Nadie puede ser molestado por sus opiniones, incluso religiosas, siempre y cuando sus manifestaciones no alteren el orden público establecido por la ley”. Pero los franceses, salvo momentos muy precisos, no pretendían separar los asuntos de las Iglesias de los  del Estado. Por el contrario, establecieron una política de tipo concordatario, mediante la cual reconocían y apoyaban diversos cultos públicos (el católico, el luterano, el calvinista y el judío). De hecho, ellos no establecieron la separación hasta 1905 (en pocos meses comenzarán los actos conmemorativos del centenario de ese acontecimiento) y ni siquiera ahora existe en todo su territorio, ya que por razones históricas las regiones de Alsacia y Lorena (que no fueron francesas entre 1871 y 1919) permanecieron con un estatuto diverso. 
En realidad, los que inventaron la separación fueron los colonos del Norte de América, hacia finales del siglo XVIII. En general personas muy religiosas, pero también muy liberales, las cuales no soportaban ciertas formas de discriminación, como tener que pagar impuestos a Iglesias oficiales o “establecidas”, pese a pertenecer a otra confesión. Así que comenzaron a estipular, en sus declaraciones y documentos, la necesidad de que nadie fuese obligado a creer en algo ni mucho menos a contribuir a una Iglesia de la que no era parte, o de no ser discriminado por sus creencias. La famosa Declaración de Derechos de Virginia de 1776 estableció de esa manera lo siguiente: “Que la religión, o los deberes que tenemos para con nuestro Creador, y la manera de cumplirlos, sólo pueden regirse por la razón y la convicción, no por la fuerza o por la violencia; en consecuencia, todos los hombres tienen igual derecho al libre ejercicio de la religión, de acuerdo a los dictados de su conciencia; y que es deber recíproco de todos el practicar la paciencia, el amor y la caridad cristianos para con el prójimo”. No hay nada de antirreligioso en esta Declaración. Por el contrario. Lo que le da su fundamento es la necesidad de preservar a la conciencia de cualquier obligación o presión externa, contraria a su propia libertad. Concluida la Revolución de Independencia y pese a la resistencia o abierta oposición de la Iglesia de Inglaterra (Anglicana) e incluso de muchas Iglesias minoritarias, James Madison y Thomas Jefferson dos de los padres de la patria estadounidense, redactaron en 1786 el Estatuto de Libertad Religiosa de Virginia, el cual serviría de base para futuros documentos libertarios. En dicha ocasión, la Asamblea general de  Virginia resolvió “que nadie será obligado a frecuentar o apoyar un culto, lugar o ministerio religioso, cualquiera que sea, ni será coaccionado, limitado, molestado o gravado en su cuerpo o bienes, ni sufrirá de otro modo a causa de sus opiniones o creencia religiosas; antes bien, todos los hombres son libres de profesar y de defender con razonamientos su opinión en asuntos de religión y que ésta en modo alguno disminuirá, aumentará o afectará sus capacidades civiles”. En suma, lo que los virginianos establecieron fue la libertad religiosa, lo que suponía la eliminación de cualquier tipo de obligación de creer, frecuentar o apoyar a una Iglesia determinada. Para lograr esta libertad, se perfilaba entonces en el horizonte la necesidad de separar los asuntos del Estado de los eclesiales. 
Algo de lo anterior se incorporó a la Constitución de los Estados Unidos de América, cuando se redactó la idea que “nunca se exigirá una declaración religiosa como condición para ocupar ningún empleo o mandato público de los Estados Unidos”. Se establecía así el principio de que las convicciones religiosas finalmente no tenían por qué ser parte de la esfera pública. Sin embargo, los autores de la Constitución habían sido parcos en cuanto a una declaración de derechos. Así que el propio James Madison presentó en 1791 una Declaración de Derechos en forma de enmienda a la Constitución. Esta Declaración de Derechos o diez enmiendas fueron finalmente aprobadas por el Congreso, ratificadas por los Estados e incorporadas a la Constitución. Y precisamente, la primera enmienda se convertiría en el artículo que establecería formalmente la separación entre el Estado y las Iglesias: Allí se establecía: “El Congreso no hará ley alguna por la que adopte una religión como oficial del Estado o se prohíba practicarla libremente, o que coarte la libertad de palabra o de imprenta, el derecho del pueblo para reunirse pacíficamente y para pedir al gobierno la reparación de agravios.” En suma, con esta simple frase, se eliminaba el carácter oficial de las Iglesias en cualquier Estado de la nueva República. Y con ello se establecía la separación entre los asuntos de las Iglesias y los del Estado. Aunque claro, el asunto era más fácil establecerlo en la Constitución que llevarlo a la práctica. Algunos Estados, como Connecticut, se resistieron durante mucho tiempo a eliminar el carácter oficial de sus Iglesias. 
Thomas Jefferson autor de la Declaración de Independencia, del Estatuto de Libertad Religiosa de Virginia y de muchos otros documentos claves para la historia, fue elegido Presidente de los Estados Unidos de América en 1800. En enero de 1802, a menos de un año de haber asumido la presidencia, Jefferson respondió a una carta que le había enviado la Asociación de Bautistas de Danbury, mediante la cual lo congratulaban por su elección y lo elogiaban por sus concepciones sobre la libertad religiosa. En su carta de respuesta, largamente meditada, el Presidente Jefferson señalaba: “Al creer como ustedes que la religión es un asunto que descansa solamente entre el hombre y su Dios que no le debe rendir cuentas a ningún otro por su fe o su culto, que los poderes legislativos de gobierno sólo tienen alcance sobre las acciones y no sobre las opiniones, yo contemplo con reverencia soberana ese acto del pueblo americano que declaró que su legislatura no podría hacer leyes respecto al establecimiento de religión o prohibir su libre ejercicio, estableciendo así un muro de separación entre Iglesia y Estado.” Los esfuerzos de Jefferson y de los bautistas finalmente dieron resultado porque en 1817 la legislatura de Connecticut eliminó el carácter oficial de la Iglesia congregacional en dicho Estado. Además, a partir de ese momento, la idea del muro de separación, para protección misma de la libertad de conciencia y de religión permanecería como la pieza fundamental de la política religiosa norteamericana. 
Se preguntará usted entonces: dónde queda, en este esquema la frase “In God We trust”, que aparece en todas las monedas norteamericanas o las continuas referencias a Dios de sus presidentes. Bueno, pues aunque eso será materia de otros artículos, permítame adelantarle por un lado que en realidad esa frase no existía en las monedas o billetes de los Estados Unidos en sus primeros años y apareció en medio de la guerra civil, es decir casi 100 años después de la Independencia. Por otro lado, las referencias a Dios no significan más que una expresión de lo que se ha denominado la religión civil norteamericana y que en nada cuestionan la tradición de separación entre los asuntos del Estado y los de las Iglesias. En otras palabras, la separación no es contradictoria con la religiosidad sino un producto de la misma. Por supuesto, de una religiosidad que, como dijo Jefferson, “es un asunto que descansa solamente entre el hombre y su Dios que no le debe rendir cuentas a ningún otro por su fe o su culto”. 

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